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REENCUENTRO




Siento una mano tibia apoyarse en mi hombro desnudo y me tenso, pero sonrío. Sé de quién es, sé lo que puede provocar en mi cuerpo a pesar de no habernos tocado nunca de forma tan íntima y sé que la espera ha merecido la pena.

Lo miro. El tiempo, como a los buenos vinos, le sienta bien. Sonríe y sus ojos azules también lo hacen, la barba de dos días marca sus facciones de una forma masculina, sensual. Un escalofrío sube desde mi espina dorsal y eriza mi piel a su paso.

—Alma —dice mi nombre con su profunda voz.

—Asier. —Le devuelvo el saludo. Modulo el sonido al decir su nombre, como si solo nosotros pudiéramos escuchar los tintes calientes llenos de anticipación que contiene cada sonido.

Con un gesto y la presión sutil de su mano en mi hombro, impide que me levante. Sus dedos tocan mi piel despacio y su caricia se transforma en el combustible que prende la llama que mi cuerpo había olvidado.

Se agacha y me besa cerca de la boca con sus labios entreabiertos. Me bebo su aliento y me envuelve con ese olor amaderado y un poco picante que ya recordaba de él. Quiero hacer ese movimiento de una sola pulsación, de menos de un segundo, que me llevaría a beberme su saliva; quiero palpar su lengua caliente y húmeda, lamérsela con la mía, quiero vibrar con su beso lento, lánguido y ardiente, quiero… quiero que mis bragas se mojen y no por una fantasía momentánea.

Evito jadear, bloqueo cualquier instinto atávico que está poseyendo mi cuerpo, mi mente e incluso mi alma.

—Estás preciosa. —Su voz es ronca y sensual.

Se sienta a mi izquierda sin apartar la mirada de mis ojos.

Parece que estamos solos. Me cuesta hasta respirar; su cercanía me tiene levitando y hace que las mariposas del estómago se queden pequeñas, además, cambiémoslas de lugar, pongámoslas en uno que llevo cubierto por encaje fino y negro.

—Tú también lo estás —respondo a su alago, cogiendo mi copa de Salanques del dos mil diez y degustando sus notas golosas y equilibradas.

—¿Preciosa? —Levanta la ceja derecha y sonríe, de esa forma canalla que tan bien conoce, mientras se sirve el delicioso caldo en su copa.

Suelto una carcajada, mantengo la sonrisa y dejo la copa en la mesa. Lo observo sin ningún pudor; sigue conservando ese físico potente.

Trago saliva, entreabro los labios y paso discreta la lengua por el filo de mis dientes.

—Sexy, completamente comestible.

Provoco su risa, casi oscura, algo contenida. Siento mi piel estremecerse, me remuevo en la silla, de nuevo.

—¿Te estás insinuando, Alma?

Su mano, bajo la mesa, se coloca sobre mi rodilla desnuda. Acaricia con sus yemas la parte interna de mis muslos. Sus movimientos livianos desatan una sacudida ascendente hasta el vértice de mis piernas; mi humedad aumenta.

—Por supuesto, Asier. —Me muerdo el labio, cojo mi copa de nuevo y, antes de beber, la inclino hacia él—. Por las promesas que se cumplen. —Hago mención al flirteo inacabado de los años del postgrado en los que nuestra complicidad traspasaba barreras, a las intenciones que quedaron en el aire y a la tensión sexual que se quedó sin resolver por los compromisos personales de ambos.

Él se lame el labio inferior, después lo muerde; veo el hambre en su gesto y en sus pupilas dilatadas. Su mano avanza despacio, certera, sin prisa, pero sin pausa, por mi piel.

Se inclina hacia mi boca, nos separa un suspiro cargado de un aliento de deseo crudo; mis piernas se abren despacio, sus dedos se acercan a mi humedad…

—Por las cenas inacabadas —susurra.

…araña mi sexo por encima de la tela; me contraigo de placer; sus ojos se vuelven oscuros y bebe.



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